Me he leído de un tirón estos días la preciosa novela para todos los públicos del chileno Luis Sepúlveda, Historia de una Gaviota y del gato que le enseñó a volar. Una gaviota moribunda por culpa de una mancha de petróleo en el mar, aterriza volando con sus últimas fuerzas en un balcón de una casa del puerto de Hamburgo, ante los ojos asombrados del gato doméstico. Antes de morir, pone un huevo y le hace jurar al gato que cuidará del polluelo. El gato se acoge al código de honor de los gatos del puerto, y él y sus amigos se unen para proteger y cuidar del pequeño. En la novela se incluyen unos poemas del escritor vasco Bernardo Atxaga, y no es casualidad, porque este autor, en su novela Memorias de una vaca, presenta a su vaca protagonista como un ser que se siente otro animal, un jabalí con cuerpo de vaca. Estos dos autores tratan el mundo de los animales con una humanidad y un encanto irresistibles. Historias en las que los animales nos muestran que es hermoso ayudar a otros, aunque no sean de tu grupo, y que si se sueña con decisión, los sueños se hacen siempre realidad. Pero tal vez lo que más me emociona de estas dos novelas es el sentimiento de hermandad, de solidaridad entre seres diferentes. Además, el desparpajo de la vaca de Atxaga o el encanto del gato de Sepúlveda, te arrancan una sonrisa permanente. Una felicidad, encontrar historias como estas, que te hacen sentir tan bien entre animales tan humanos.